La cultura de la cancelación, también en ingés “cancel culture”, se refiere a la práctica de retirar el apoyo social o profesional a una persona o entidad como consecuencia de sus opiniones o acciones consideradas ofensivas, inapropiadas o dañinas.
Esta práctica suele desarrollarse a través de las redes sociales, donde se organizan campañas de boicots, se difunden mensajes de repudio y se presiona para que las empresas o instituciones tomen medidas contra el individuo o grupo “cancelado”.
Independientemente de su origen o denominación, la cultura de la cancelación ha generado un amplio debate sobre la libertad de expresión, la responsabilidad individual y el activismo social en la era digital.
Orígenes
El uso de la frase “cancelar a alguien” o “ser cancelado” se remonta a la década de 1940 en el contexto del activismo político.
Pero la popularización del término “cultura de la cancelación” como un concepto que describe un fenómeno social específico es más reciente.
Algunos señalan que el término comenzó a usarse en el ámbito del activismo social en la década de 2010, para referirse a la práctica de boicotear o excluir a personas o instituciones debido a sus opiniones o acciones consideradas ofensivas o dañinas.
Otras opiniones consideran que sus orígenes están en la cultura pop y el activismo online, donde se utilizaba para describir la tendencia a criticar o ridiculizar públicamente a figuras públicas por sus errores o comportamientos inapropiados.
Para algunos autores críticos el término “cultura de la cancelación” es vago, impreciso o incluso manipulador, mientras que otros lo defienden como una descripción precisa de un fenómeno social preocupante.
Términos alternativos propuestos
A continuación, se presenta una selección de términos alternativos sugeridos por diversos autores:
1. Cultura de la rendición de cuentas (accountability):
Este término, propuesto por la académica y activista Brooke Foucault Bruce, enfatiza la responsabilidad individual por las acciones y opiniones expresadas. La “cultura de la accountability” busca fomentar un diálogo constructivo y la posibilidad de aprendizaje a partir de los errores, en lugar de recurrir a la exclusión o el linchamiento digital.
2. Cultura de la deslegitimación:
El sociólogo francés Éric Maillard propone este término para describir la práctica de cuestionar la autoridad o credibilidad de una persona o grupo debido a sus opiniones o acciones consideradas inaceptables.
La “cultura de la deslegitimación” puede llevar a la exclusión social y la censura, pero también puede generar un debate crítico y una reevaluación de las normas sociales.
3. Cultura de la denuncia:
La periodista e investigadora Lucía Lijtmaer utiliza este término para referirse a la práctica de visibilizar y denunciar comportamientos dañinos o discriminatorios.
La “cultura de la denuncia” busca generar conciencia social y promover cambios positivos, pero también puede ser utilizada de manera oportunista o para atacar a personas o grupos específicos.
4. Cultura de la crítica performativa
La filósofa Judith Butler propone este término para describir la tendencia a realizar críticas públicas con el objetivo de obtener reconocimiento social o reforzar la propia identidad.
La “cultura de la crítica performativa” puede ser superficial y carecer de un análisis profundo, pero también puede contribuir a visibilizar problemas sociales y generar debate.
5. Cultura del ostracismo digital
El escritor y activista Evgeny Morozov utiliza este término para referirse a la práctica de excluir a las personas de espacios digitales debido a sus opiniones o acciones.
El “ostracismo digital” puede tener un impacto significativo en la vida de las personas, limitando sus posibilidades de expresarse, trabajar o participar en la sociedad.
6. Cultura de la purga moral
El historiador Yuval Noah Harari propone este término para describir la tendencia a eliminar o censurar aquello que se considera moralmente incorrecto o inaceptable.
La “cultura de la purga moral” puede ser utilizada para imponer una visión única de la moralidad y limitar la libertad de expresión.
7. Cultura de la hipervigilancia moral
El filósofo Byung-Chul Han utiliza este término para describir la tendencia a vigilar y juzgar constantemente el comportamiento de los demás.
La “cultura de la hipervigilancia moral” puede generar una atmósfera de sospecha y miedo, y limitar la autonomía individual.
8. Cultura de la victimización
La psicóloga social Erving Goffman utiliza este término para describir la tendencia a presentarse como víctima para obtener beneficios o eximirse de responsabilidades.
La “cultura de la victimización” puede ser utilizada de manera manipuladora para silenciar a otros o evitar el diálogo constructivo.
Motivaciones detrás de la cultura de la cancelación
Los defensores de la cultura de la cancelación argumentan que esta práctica es necesaria para responsabilizar a las personas por sus actos, generar conciencia sobre comportamientos dañinos y promover la justicia social.
Sostienen que la “cancelación” envía un mensaje claro de que ciertas conductas son inaceptables y que no serán toleradas.
Críticas a la cultura de la cancelación
Sin embargo, la cultura de la cancelación ha sido objeto de fuertes críticas, que la consideran una forma de censura excesiva, linchamiento digital y ataque a la libertad de expresión.
Los críticos argumentan que la “cancelación” se basa en juicios apresurados y superficiales, sin permitir el debido proceso o la posibilidad de redención.
Advierten que esta práctica puede crear un clima de miedo y autocensura, donde las personas se ven obligadas a reprimir sus opiniones por temor a ser “canceladas”.
No son pocios quienes acusan a la cultura “woke” de tener una visión canceladora.
Riesgos de la cultura de la cancelación
Considero que la cultura de la cancelación, presenta serios riesgos que no pueden ser ignorados:
Polarización y fragmentación social: La “cancelación” exacerba la polarización al fomentar la división entre “nosotros” y “ellos”.
Esto dificulta el diálogo constructivo y la búsqueda de consensos.
Amenaza a la libertad de expresión: La cultura de la cancelación representa una amenaza a la libertad de expresión.
Dado que busca silenciar opiniones disidentes y limitar el debate abierto de ideas.
Incurrir en juicios apresurados: La “cancelación” suele basarse en juicios apresurados y en la amplificación de rumores o información incompleta.
Lo cual no permite a la persona acusada defenderse o explicar sus acciones.
No respetar el debido proceso: La cultura de la cancelación puede tener un impacto desproporcionado en en los derechos y garantías individuales.
Alternativas a la cultura de la cancelación
En lugar de recurrir a la “cancelación”, considero que es necesario promover una cultura del diálogo, el respeto mutuo y la búsqueda de soluciones constructivas.
Para ello considero necesario, el desarrollo de las siguientes iniciativas:
Fomentar el debate abierto de ideas: Debemos crear espacios seguros donde las personas puedan expresar sus opiniones libremente.
Incluso aquellas que son controvertidas, sin temor a ser “canceladas”. Una auténtica democracia es pluralista.
Promover el pensamiento crítico: Es necesario desarrollar habilidades de pensamiento crítico.
Esto permitirá analizar la información de manera imparcial, identificar sesgos y evitar caer en juicios apresurados.
Buscar el entendimiento mutuo: Debemos esforzarnos por comprender las perspectivas de los demás.
Incluso aquellas que difieren de las nuestras, a través del diálogo y la empatía.
Aplicar el debido proceso: Toda persona debe tener acceso a un proceso justo e imparcial antes de ser “canceladas” o condenadas socialmente.
Conclusión
La cultura de la cancelación es un fenómeno complejo, que algunos sectores sociales lo consideran un instrumento necesario del activismo social.
SIn embargo, hay quienes considera que es una amenaza a la libertad de expresión y un obstáculo para el diálogo constructivo.
Ante la “cancelación”, es necesario promover una cultura del diálogo, el respeto mutuo y la búsqueda de soluciones constructivas.
Eso es necesario para avanzar hacia una sociedad más justa, equitativa y pluralista.
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